viernes, 3 de agosto de 2007

El semáforo, la ley


¿No les parece que hay en el comportamiento de un peatón caraqueño frente a un semáforo bastantes paralelismos con nuestra forma de entender las normas en general, y los trámites burocráticos en particular? Cada quien tiene su propio criterio sobre si debe seguirla o no, y de qué manera.

Ahí están los legales. Se aferran —tal vez histéricamente, tal vez con fe ciega; es igual— a la racionalidad de la norma, a veces independientemente de cómo ésta se comparezca con la realidad. Veamos a nuestro peatón: ¿Llega al cruce y no tiene paso? Él sólo mira la luz, esperándolo. No entiende a los que se zumban a torear; éstos no lo entienden a él. Tal vez no pasen carros, pero tampoco cruza: no es su turno. Luz amarilla para los carros y se prepara (mentalmente: no mueve ni un dedo), y apenas cambia a roja arranca, optimista. Cree que los pies de los conductores sobre los frenos son una certeza matemática dentro de la norma. Los legales, llenos de optimismo, suelen ser atropellados.

De seguidas tenemos al suave que llega al paso cuando no le toca cruzar y comienza a negociar visualmente con cada conductor, pues ganando simpatías también se cruza. Va conquistando terreno, contrariado cuando algún conductor poco solidario pasa sin verlo y "a mucha velocidad" —o sea, la permitida porque tiene luz verde— y sólo mira el semáforo cuando está a la mitad del cruce y se hace obvio que no todos se pararán por él.
El ciudadano equivalente es ese que va a hacer un trámite y pide permiso en la cola "para preguntar nada más", y pasa de primero a resolver la diligencia; o el que, tras escuchar el procedimiento normal de boca de un funcionario, intenta darle la vuelta con un "sí, pero tú no puedes, mi pana, hacerme una segunda..." Parece que tuviera familia en todas partes: "Oye, hermano..."

El que hace sus propias reglas es un peatón que se lanza a destiempo pero no sin antes hacer la señal de alto frente a cada vehículo, autoinvestido de repente con autoridad de fiscal. Suele dar su servicio desinteresadamente a otros (y los dirige con la otra mano: dale, dale...); o ejercerlo cuando va acompañado de niños, ancianos o paquetes, lo que en su visión del mundo le otorga una especie de amnistía de usar los cruces como los demás.
Lo reconoces en la diligencia burocrática porque siempre tiene algo que lo distingue —según él— y justifica para no atenerse a la norma: "Hermano, pero yo vine ayer", "Sí, pero es que yo tengo este carnet...", "Es que mi tía, que trabaja aquí..." y un conveniente etcétera.

Los que hacen lo que hagan los demás suelen ser poco peligrosos, aunque depende de con quién se junten. Como peatones, los encuentras si haces esta prueba: bájate de la acera cuando aún la luz no cambia, y de inmediato intentarán cruzar contigo. Mira el semáforo si no puede completar el cruce: a veces harán lo mismo —si bien riendo, no dando realmente crédito a eso que han escuchado de que ese aparato con luces de colores tenga función alguna.
Como compañeros de cola en algún ente, están atentos a cualquier cosa que preguntes, para ver sus papeles, comparar y decir: sí, tiene razón, así es. Si reclamas, son los que corean sí, ajá, verdá es, dígaselo. De resto están allí, de relleno, calladitos.

Sigue el feliz, que parece ignorar la existencia misma de los semáforos. Su pie no distingue acera de calzada. Él va. Tal vez en su pueblo de una avenida con tres calles perpendiculares nunca se requirió siquiera pintar un cruce de cebra. Tal vez sí lo conoce pero no le importa. Puede aparecer por la esquina, a mitad de calle, por donde sea. Cruza derecho, en diagonal; lento o corriendo; de espaldas, saltando en un pie. Solo o acompañado. Viendo el periódico o hablando por celular. Hace rechinar los frenos de los carros, o los torea. En realidad, ni los mira.
Equivale al nuevo anarquista. No cree en la existencia de gobierno, leyes, normas u orden de ninguna especie. Su mamá o su mujer le hacen las diligencias.

Los arrechos se valen de su inherente mayoría como tumultuosa razón para tener la razón. Son similares a los que hacen lo que hagan los demás, con la diferencia de que cuando abultan adquieren valentía y desprecian turno, luces o sentido común. Quítense, carros, que allá vamos.
Huelga decir a quiénes se parecen. Todo el mundo conoce uno...

5 comentarios:

Luis Bond ∴ dijo...

Jejeje completamente de acuerdo contigo!! Me rei demasiado leyendo esto, excelente observacion!! Aunke falto ponerle a "Los arrechos" la subdivision de los "hostiles", esos ke le pegan al capo del carro y te reclaman diciendote "coño! no ves ke estoy pasando?????"

Saludos!!!

Unknown dijo...

A lo mejor de manera inconsciente no hice la subdivisión para no incluirme: ¡yo era uno de esos palmea-puertas de carro! Hasta que una vez un compañero de trabajo me hizo entrar en razón. Él, y las notas rojas de prensa sobre gente tiroteada en incidentes de tránsito...

Gracias por visitar...

Patzchka dijo...

Qué bueno está esto!
Creo que hay algunos que tienen un poco de todos, depende de su estado de ánimo!

Anónimo dijo...

bueniisimo!!! me pareció ver a los tipos atravesando!!! Soy más del tipo legal, será por eso que tardo una vida para pasar! y ni hablar de las colas que me las calo toitas sin pasarme de viva!!.. (será que terminaré atropellada??? noooooooooooo)
Saludos!
T.

Andreinatje dijo...

demasiado bueno esto, jajaj y qué cómico el comentario de luisbond, es taaan cierto..
yo creo que en lineas generales suelo ser de las que cumple esperando que cambie el semáforo, lo que pasa es que acá es taaaan pero taaan ofensivo que nadie le pare a nada.
bueno, debería ser de las "precavidas" para no terminar atropellada.