Pasado mañana tenemos el tradicional almuerzo de Navidad de la oficina. En él, además de compartir en una mesa —junto a manjares de la época y litros de licor— relajadas conversaciones fuera del ambiente de trabajo con las personas que comparten nuestro día a día, aprovechamos también para honrar otra de las hermosas tradiciones de la época.
¿En qué consiste? Pues es simple: cada persona piensa, con unos días de antelación a la comida, en algo que se quiera comprar. Lo identifica muy bien, averigua dónde lo venden, quién lo vende, cuánto cuesta, dónde lo puede conseguir en oferta, etc. Incluso puede apartarlo en el negocio seleccionado. Una vez hecho todo esto, no se lo compra... sino que lo anota en una lista, con todo lujo de detalles, como todos los demás compañeros de oficina.
De seguidas, se sortean en papelitos secretos los nombres de todos en el grupo, de manera que cada quien lea la lista y termine de efectuar la compra de alguien más. Entonces el ansiado día, cada miembro del grupo anuncia —con una gran expectativa— a quién terminó de hacerle la diligencia, y le entrega lo solicitado. Ese destinatario hace a su vez lo propio, y así sucesivamente hasta que todos tengan en su poder lo que se iban a comprar en primer lugar.
Se llama "intercambio de regalos".
Ahora bien: no me tomen por alguien que no respeta las tradiciones: ¡sin ellas, el espíritu de cohesión de nuestros grupos sociales carecería de una de sus más útiles herramientas! Pero visto que la rutina muchas veces impide la evolución, he estado tratando de pensar acerca de este rito de una manera revolucionaria, y propongo a continuación nuevas formas de desarrollarlo, algunas de las cuales nos ahorrarían pasos fastidiosos y harían el momento final más expedito:
1. Visto todo el esfuerzo que cada persona pone en precisar dónde, cómo y en cuánto puede conseguir lo que quiere, y para evitar la duplicación de esfuerzos, finalice cada quien su transacción, y deposite luego su compra (secreta e individualmente) en un lugar común junto a las demás. Se hace el sorteo de nombres de la manera usual, y al momento del "intercambio", cada quién busca el paquete con el nombre de quien le tocó en el sorteo, y se lo entrega a esa persona —o más precisamente, se lo devuelve. La persona "regalada" debe siempre hacerse la sorprendida.
2. En caso de que la compra abulte demasiado, y además sea realmente molesto cargarla hasta el sitio de la reunión —no olvide: usted además se ha procurado "una pinta" para la ocasión y no querría dañarla cargando bolsas o cajas— llévese sólo la factura. Se colocan todas en una pila, y la ceremonia consistirá en que cada quien lee la descripción de lo que "regala".
3. Otra variación de esta modalidad es que cada quien le presente la factura de su compra a quien le ha tocado en sorteo, y esa persona le paga el monto que se indica en el documento. Mientras circulan los dineros y los vueltos, las personas van explicando qué se compraron y lo mucho que les gusta.
4. Finalmente, y dado que en estos "intercambios" se promueve un gasto equivalente entre todos los participantes, los montos repartidos equivaldrán entre sí; este paso también se puede obviar. La lista de papelitos, entonces, deteminará a quién le cuenta cada persona lo que ésta le está "regalando", y ya. Los participantes se pueden extender brevemente en describir el excelente gusto que la otra persona ha tenido al seleccionar esto o aquello como regalo; así, el momento de seguir conversando, comiendo y bailando vendrá cuanto antes, finalizado hasta el siguiente, venturoso año el tan encantador rito...
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Alguno de ustedes recordará, y tal vez incluso asocie con este artículo, uno que cometí el año pasado, también sobre el tema navideño, pero allá en mi otro blog y "patrocinado" igualmente por el entrañable personaje verde de allá arriba...(en ese post, por cierto, detallo sus señas). Para esta ocasión he preferido mudar el tema para acá: el carácter de este espacio últimamente sin duda le es más afín...
miércoles, 12 de diciembre de 2007
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